La vida siempre nos da una nueva oportunidad para acometer de manera diferente, superadora, aquellas cosas que hicimos mal en el pasado.
En este punto, que demanda una decisión colectiva y un profundo cambio de actitud frente a los desafíos del tiempo actual, estamos hoy en la Argentina. Y los rionegrinos, en consecuencia, tenemos la obligación de aprovechar con racionalidad y sin dogmatismos las nuevas oportunidades.
La naturaleza ha privilegiado a nuestro país proveyéndolo de ingentes cantidades de recursos que durante la primera globalización de fines del siglo XIX e inicios del XX nos permitió posicionarnos como uno de las principales países del mundo.
No supimos aprovechar correctamente esos diferenciales comparativos y en la segunda etapa globalizadora quedamos rezagados frente a la alta competitividad de otras naciones que la interpretaron mejor.
La explosión demográfica mundial (en 1.950 el mundo tenía dos mil millones de habitantes, hoy somos ocho mil millones y seremos más de diez mil en 2.050) demanda de fuertes aumentos de la producción de alimentos y de la provisión de energías que sustenten la producción propiamente dicha, su industrialización, transporte y logística. La materia prima de toda materia prima -vale la pena recordarlo- es la energía.
Un reciente informe elaborado por diferentes instituciones dependientes de la Organización de las Naciones Unidades (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF) denunció la friolera de ochocientos veintiocho millones de personas en inseguridad alimentaria severa y otras dos mil trescientas millones en inseguridad alimentaria moderada, lo que llevó a hablar a los líderes de esa institución, incluyendo al Papa Francisco, de “hambruna mundial”.
Paralelo a este gran flagelo humano la guerra en Ucrania puso en crisis el sistema energético europeo -altamente dependiente del gas y del petróleo ruso- amenazando a su población a sufrir el invierno más frío desde la segunda guerra mundial, con consecuencias de todo orden que serán la tapa de los portales durante varios meses, a medida que el viejo continente se hunda en la estación más fría del año.
Nuestro pueblo no está al margen de ninguna crisis ni exento de sus flagelos. El cuarenta por ciento de pobreza -sesenta por ciento en niños menores de catorce años- generado en gran parte por la pérdida de competitividad y estancamiento de nuestra economía en la última década, es sólo un dato que lo manifiesta. Aunque a diferencia de Europa y África estamos dotados de recursos naturales que nos brindan la capacidad de resolver los problemas más severos de nuestros desenvolvimiento integral. Litio, hidrocarburos, minerales estratégicos, proteínas de mar y tierra, agricultura exponen las palabras clave de nuestro destino. Recursos que debemos aprovechar nosotros en beneficio del país, porque como lo sentenció el presidente Perón poco antes de su muerte, si no somos capaces de aprovecharlos a tiempo, vendrán por ellos y por las malas, como textualmente lo dejó escrito.
En los últimos veinticinco años nuestro país ha vivido una verdadera revolución agrícola, genética y biotecnológica, con incorporación de maquinaria y tecnología de punta que permite la práctica de una agricultura de precisión con manejo digital de la superficie de cultivos. Un complejo tecnológico a partir del cual la producción de granos y proteínas se multiplicó exponencialmente, recolocándonos en el camino que a comienzos del siglo veinte nos ubicó entre los países más prósperos de la tierra.
El tan soñado Proyecto de Desarrollo del Valle Inferior (IDEVI) del exgobernador Edgardo Castello tiene hoy una nueva oportunidad para expandirse y realizarse. También el sueño de autoabastecimiento energético del expresidente Arturo Frondizi tiene su segunda oportunidad histórica hoy con Vaca Muerta.
Argentina tiene, otra vez, la posibilidad de abastecer competitivamente de alimentos, pero también de energía e hidrocarburos a todo el mundo. Y no sólo para paliar su hambruna y crisis energética de cara a las próximas décadas sino también para equilibrar la balanza económica nacional, pulverizar la pobreza y la indigencia actual e iniciar un nuevo camino hacia el desarrollo con inclusión e integración social en la búsqueda, siempre, de lograr la grandeza del país y la felicidad de su pueblo.
Tenemos una nueva oportunidad para hacerlo mejor y para todos, no sólo para algunos. En este “todos” incluyo ineludiblemente a los más postergados por el sistema económico, pero también a aquellos sectores de la sociedad que tienen una mirada más comprometida con la protección del planeta.
Se puede aumentar sustancialmente la producción agroalimentaria de nuestro Valle Inferior sin afectar el ambiente. Como también se puede transportar, almacenar y procesar gas y petróleo sin afectar la biodiversidad del golfo. Y no sólo porque la industria lo proponga o la economía del estado lo requiera, sino además y, fundamentalmente, porque nuestra gente, los rionegrinos, así lo quieren.
Un estudio realizado la semana pasada por PGD Consultores muestra el setenta por ciento de apoyo de los rionegrinos a la reforma de la ley 3.308 para permitir el desarrollo de la industria petrolera en el golfo San Matías; veinte por ciento de rechazo y diez por ciento de indecisión y desconocimiento. Ahondando entre los rechazos, la mayoría de ellos lo justifican en los riesgos ambientales que esa industria conlleva.
Nuestro desafío como dirigentes políticos -en esta hora y en este lugar- es cambiar ese paradigma que gobierna las conductas de todos nosotros -dirigentes y dirigidos-, del prohibicionismo «acá no» al consensuado y regulado «así sí».
Démonos la oportunidad de demostrarnos que esta vez podemos hacerlo mejor.