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La Generala Obligada es una variante del tradicional juego de dados, en la cual, durante los turnos de tiro de cada jugador, debe seguirse sin excepción el orden que marca la planilla de puntos. Es decir, se comienza “tirando al uno” – o al as -, y sucesivamente se continúa hasta el seis. Luego se pasa a los “juegos”; que también tienen su orden de prelación: la escalera, el full, el poker, la generala y la “doble” – que es otra generala, aunque algunos expertos afirman que debe ser estar compuesta solamente por ases.

La “obligada” que se estaría jugando en Argentina es la del pago de la deuda externa. El debate gira en torno al deber moral de pagarla en término y “como Dios manda”, porque los argentos honramos nuestras deudas; o alrededor de la agachada de llegar un arreglo con el prestamista, que implica estirar los plazos, sumar intereses, descontar capital pero a riesgo de mayores tasas futuras, entre otros escenarios posibles y probables.

A esta altura, bregar porque se clave el taco y no se pague un mango hasta tanto se examinen los motivos de las oportunas tomas de deudas, y el uso y destino que tuvieron los recursos, parece una pérdida de tiempo. Esas pretensiones, caen en el mismo saco roto que las de otras reivindicaciones meramente patrióticas que – cada tanto – los argentinos como pueblo ponemos arriba de la mesa. Salvo la causa irrenunciable de la recuperación de Malvinas y el resto de nuestras islas del Atlántico Sur, las demás continúan la rodada estrepitosa hacia el abismo.

No estaría teniendo buena recepción el mandato ético de los republicanos federales, de sumar como requisito a las continuidades jurídico administrativas de los distintos gobiernos que se suceden, el pliego de reivindicaciones olvidadas: dejar de ser colonia subalterna de las distintas formas de dominio global; terminar con la dependencia externa; cortar las canaletas o los ductos por donde se escapan allende los mares nuestros recursos naturales; recuperar – o de una vez por todas establecer – nuestra soberanía política y económica como país; y terminar con la farsa del “federalismo centralizado” que rige estas tierras desde Caseros. El mandato no sería otra cosa que la obligación de construir de una vez por todas la nación libre, justa y – valga la repetición – soberana que manda nuestra Constitución.

Ser ilusos o soñadores no es lo mismo que ser ingenuos. Sería injusto – esa palabra queda más elegante que “tonto” -endilgarle a la aún naciente gestión de Alberto Fernández, omisiones o parálisis ante reivindicaciones que en campaña jamás expresó como pilares de su gobierno. Salvo la cuestión Malvinas, el resto de lo mencionado, no forma parte ni de su proyecto, ni de su agenda.

Ya que estamos federalistas, menos todavía podemos achacarle a la Gobernadora Carreras inacciones en el mismo sentido. Si bien su gestión también es reciente, como se decía hace casi un año en la campaña, “el proyecto es el mismo”. Entonces, no se puede reclamar cosas al gobierno provincial que jamás expresó voluntad política de realizar en los ocho años anteriores.

Así las cosas, los mandatos Constitucionales van quedando de uno en uno, en letras muertas. Todas juntas conforman un librito. Le hacemos aprender el Preámbulo a los chicos en cuarto grado, y luego usamos esa página para reforzar los burletes de las ventanas o trabar la puerta del horno. El resto del volumen lo destinamos a nivelar la mesa de luz, porque a una de las patas se le perdió el regatón en la última mudanza.

Volviendo al principio, y dado el estado de las cosas que importan, la jugada obligada es pagar la deuda externa a costa de la exportación a precio vil de recursos naturales estratégicos para la nación y las provincias, y la sesión permanente de territorio al capital privado extranjero.

Lewis compró casi toda la tierra alrededor de un lago, y pudo hacerlo porque alguien se la vendió y los Estados nacional y provincial permitieron que el negocio se concrete. El tema Lago Escondido tiene mucho marketing mediático. Pero ante los resultados del proceso de apropiación legal de territorios y recursos por parte de privados, para usos y explotaciones que no obedecen a ninguna política productiva ni plan de desarrollo, Lewis es una “Carmelita Descalza”; un bebé de pecho.

Entonces, se plantea pagar la deuda externa nacional – y las provinciales también -, a costa de agrandar la sangría del despojo de nuestros recursos. La vista está puesta en los grandes números del saldo exportable para los próximos ocho años. Ese parece ser el “Plan A” y el único.

Mientras tanto, la oposición – hasta hace sesenta días oficialismo -, critica las iniciativas gubernamentales como si nada tuviesen que ver con el desastre en ciernes. Ni siquiera defienden públicamente los argumentos por los cuales de contrajeron 45 mil millones de dólares durante la gestión de Macri, y renegociaron con los acreedores la deuda anterior.

Respecto de los compromisos provinciales con el exterior, algún día deberán explicar los gobernadores, los motivos reales por los cuales se tomó deuda en dólares a tasas del 7 al 10 por ciento anual, en un contexto absolutamente recesivo y no conveniente para el libre comercio en el plano internacional, y con las industrias y economías provincial-regionales en franco proceso de destrucción.

En fin, es el itinerario de la “obligada”. Esas son las condiciones de continuidad y gobernabilidad. Hay que pagar parece…

Tachame el as; arrancamos mal.