Después de tanto tiempo, con tantos sucesos mediante, hoy volvimos a escribir, querido lector. Y quizá la pregunta que ronda en nuestra comarca Viedma-Patagones hoy sea la excusa para salir al encuentro de esas narraciones fundantes que guían nuestra fé y actos cotidianos.
Tal es así que, a horas de ser declarado “Santo”, uno de nuestros queridos vecinos de antaño, vuelve a hacerse tan presente entre nosotros que con sólo mencionar a “Don Zatti” ya se movilizan recuerdos, sentimientos, anécdotas, devoción, hasta incógnitas y cuestionamientos, como sucede con todo lo que cala hondo en nuestra comunidad.
Y es que, aunque hoy Artémides Zatti tenga un lugar indiscutido en nuestra comarca, hasta los más grandes próceres alguna vez fueron puestos bajo la mirada exhaustiva del revisionismo. Incluso el mismo rótulo social en el que entraron holgadamente algunos, fue resignificado con el paso del tiempo haciendo que hasta los “héroes intachables” de una época, no lo sean tanto en otra.
Pero ‘ser santo’ y ‘héroe’, ¿es lo mismo? Para entender un poco más, indagamos distintas opiniones sobre qué era ser un “santo”. En algunas de esas respuestas se daba a entender que, para los creyentes, ser y actuar a imagen y semejanza de Dios es parte de nuestro designio. Y, como dicen las Escrituras, todos estamos llamados a ser santos de alguna manera, ser “una buena persona, un ser de Dios”, como diría mi madre.
Claro, aunque técnicamente el llamado a “ser santos” es la vocación que reciben todos los cristianos, están los que sostienen con asombro que “un vecino de nuestra comarca, de golpe tenga ese título de santo, y que se lo reconozca a nivel mundial… ¡qué locura! ¿no?” Incluso, dentro del cristianismo hay quienes piensan que el “tener santos” va en contra de la doctrina misma. Pero, en la práctica ¿cómo pueden refutar la convicción, la sensación de logro y reconocimiento que genera este símbolo de fé en nuestra comarca? Y ¿qué decir del significado que tiene para el resto de la ciudadanía que los ojos de nuestro país y del mundo entero estén puestos en Río Negro? O ¿cómo se le niega la felicidad de celebrar un nuevo santo argentino a un país declarado católico?
¿Acaso, como sucede en el ámbito político, estamos tan agudos para ver las diferencias que olvidamos mirar lo que tenemos en común y avanzar en ello? No, no es cuestión de desacreditar las formas de nuestras creencias, sino celebrar lo que nos permita evolucionar. Al fin y al cabo, en las Fiestas, es tan loable levantar una copa al cielo pensando en quienes ya no están con nosotros como hacerlos presentes brindando frente a una foto de ellos. Y, si hay cristianos que no necesitan de imágenes y otros sí, lo importante es que podamos sostener la fé en común que nos ayude a construir puentes para encontrarnos en el andar. Porque, hasta Dios mismo sabe y acepta que en los momentos más difíciles, invocar la ayuda de aquellos que nos hacen sentir seguros y nos sostienen (ya sea nuestra familia, amigos, santos, vírgenes o la Divinidad misma), es parte de la naturaleza humana que Él nos dió.
Por eso, es válido disfrutar de este nuevo santo y pensar que los hombres y mujeres comunes, con voluntad de ser ejemplo, de inspirar y seguir los pasos de Dios en cada lugar y rol que ocupen, quienes son gestores e intercesores a favor de quienes menos tienen, aquellas personas accesibles que no se quedan en discursos sino que construyen cambios, las que miran, escuchan y dan las palabras necesarias para solucionar los problemas, para inspirar y sanar las heridas más profundas del alma, siguiendo el ejemplo de Cristo con la misma entrega que tuvo Don Zatti… son santos.
Quizá, “ser santo” hoy también nos desafíe a actualizar el ser “profundamente humano, sensible y estar presente” en medio de aquellas necesidades que nos rodean. Quizá en el mundo de hoy necesitamos recuperar esa noción de santidad y compromiso coherente con esta actualidad. Y desde ahí revalorizar a cada vecino que sabe llegar a su prójimo dando lo mejor de sí. Lo sepa o no, quien mantiene como meta el llegar a otro ser humano, aprende pronto a comunicarse desde el alma. Y es ese idioma el que nos permite entender a los que trabajaron y trabajan con esmero y dedicación por el bien común.
Entonces, no sólo hay que celebrar la vida de Don Zatti sino la de cada ciudadano que supo valorar su legado en nuestra comunidad y de una u otra forma lo mantuvo vigente: desde los vecinos de a pie que atesoraron cada palabra y gesto ejemplar hasta el mismo Intendente Pedro Pesatti quien pidió declararlo patrono de la ciudad, identificando en “el vecino más bueno de Viedma” la misma vocación de Humildad, Sencillez y Modestia que enseñó Marcelino Champagnat a sus hermanos maristas.
Por eso, qué dicha para Viedma, para nuestra comarca, para Río Negro y para Argentina, cuando como cristianos invoquemos a este vecino tan especial, tan piadoso, tan lleno de valores y cercano a nosotros, y recibamos su pronta ayuda. Y más aún, querido lector, cuando seamos millones de vecinos que con título o sin título de santo, sigamos el ejemplo de Don Zatti y hagamos la diferencia. Por todo ello, San Zatti, ruega por nosotros.